Hace unas semanas me encontré con en Xavier Cullell. Desde hace unos años, Xavi, natural de Llinars del Vallès, pasa largas temporadas en una región india del Himalaya llamada Ladakh, donde ejerce como guía de montaña, ofreciendo trekkings especiales y únicos, fuera de las rutas turísticas y masificadas que se encuentran en las guías comerciales más conocidas.
El encuentro inicialmente era para hablar de temas de trabajo, con el fin de intentar llegar a un posible acuerdo de colaboración para un proyecto personal que estoy desarrollando. Pero finalmente hablamos poco de trabajo. Hay personas con las que podrías pasar horas y horas conversando. Xavi es una de ellas. Una de las historias que vivió en esa zona lo acompañarán a lo largo de su vida.
La noche del 05 de agosto del año 2010 fue una de las peores noches que se recuerdan en Leh, la capital de Ladakh. Una lluvia intensa, como pocos habitantes recuerdan, devastó la zona, provocando riadas que no solo se llevaron todos aquellos bienes materiales que estaban a su paso, sino que también causó la pérdida de centenares de vidas humanas que poco esperaban aquellas lluvias.
Xavi, aprovechando que durante aquellos días era por la zona, y después de sobrevivir a las riadas, se implicó con las tareas humanitarias para mirar de ayudar los habitantes de la zona.
Mientras paseábamos por el Parque Natural del Montnegre i el Corredor, el guía de montaña y aventurero, compartía conmigo aquellos momentos de miedo, dolor y tristeza, pero por encima de todo me dijo una cosa que me hizo reflexionar un buen rato. De hecho, las palabras que compartimos días atrás han estado resonando dentro de mi cabeza hasta ahora. Sentía que tenía que escribir sobre todo aquello.
Xavi me explicó que las personas que tuvo la oportunidad de ayudar estaban contentas. Los supervivientes le decían que a pesar de haber perdido todo aquello material que durante mucho tiempo habían construido con esfuerzo y dinero, estaban felices, pues habían tenido la suerte de sobrevivir.
Habían perdido todas sus pertenencias, pero podían volver a empezar, pues tenían lo más importante de todo, la vida.
“Ostras! Esto es toda una lección para nuestra sociedad, para nosotros“. – respondí.
Le comenté que desde el inicio de la crisis económica en 2008 había escuchado diferentes casos en que algunas personas, arruinadas, habían decidido quitarse la vida. En cierto modo este hecho me transportaba hasta la Gran Depresión de los Estados Unidos, iniciada con el crack de Wall Street en 1929. Un hecho que indirectamente provocó el número más grande de suicidios de la historia en un año, 23.000 en total.
No somos lo que tenemos. Sino que somos, sin etiquetas ni condiciones
Muchas de las personas de nuestra sociedad, del mundo occidental, viven en un estado constante de angustia y estrés, pero no todas ellas son conscientes. Muchas veces cuando sentimos miedo o estamos deprimidos, lo hacemos porqué nos aferramos a la idea que no conseguiremos aquello material que queremos, o que perderemos lo que ya tenemos y que tanto tiempo y esfuerzo nos ha costado conseguir.
En cierto modo, cuando lo hacemos nos estamos poniendo una etiqueta. Cuando creemos que somos un tipo de persona u otra y que la vida es de una determinada manera, solo vemos las cosas en función de este filtro. Nuestras creencias nos condicionan hasta tal punto que olvidamos quiénes somos en realidad. Cuando nos olvidamos que realmente lo que importa es ser. Sin etiquetas ni condiciones.