Hoy hace un año que tomé una fotografía que quizás cambió mi vida para siempre.
Me encontraba en la etapa final de un viaje que me llevó a **Tailandia y Camboya**. El tiempo ha pasado rápidamente pero un año después me doy cuenta de que quizás ese viaje nunca acabó.
La mañana del 31 de Octubre nos dirigimos hacia **Tonle Sap**, un enorme lago cercano a **Siem Reap**. Ese día me acompañaba **Bart**, un divertido profesor universitario de origen holandés que trabajaba en Taiwan. Nos conocimos en el taxi que tomamos en Bangkok con destino Camboya. Ambos viajábamos sólos. Momentos después de entrar en la pequeña furgoneta, Bart y yo cruzamos unas palabras que sirvieron para presentarnos. A pesar de nuestra diferencia de edad teníamos muchos puntos en común, pero por encima de todo a los dos nos apasionaba viajar. Entre los dos acumulábamos unos cuantos miles de kilómetros en diferentes países de casi todos los continentes.
Fue él quien propuso la idea de visitar el lago, pues como amante de las aves, esperaba poder tomar buenas fotografías de algunos ejemplares típicos de este tipo de paisaje. Nos desplazamos hasta la orilla del lago con la intención de que alguna pequeña embarcación nos acercara hasta el pueblo flotante de **Chong Kneas**.
El trayecto que separa el pueblo del embarcadero no es muy largo, pero durante los minutos que pasamos a bordo de la embarcación no pudimos ver ni una sola ave. ¿Cómo era posible que en una zona como aquella no hubiera casi rastro de vida animal?
A medida que nos acercábamos al pueblo flotante, el patrón de la embarcación disminuyó el régimen del viejo motor con el fin de reducir la velocidad para que pudiésemos tomar buenas fotografías.
Durante unos minutos ni Bart ni fuimos capaces de abrir la boca. Estaba conmocionado. A mi alrededor sólo podía ver pobreza. La mayoría de los habitantes de Chong Kneas son de origen vietnamita, en muchos casos refugiados. Su nivel de pobreza es tal, que no pueden tan siquiera ocupar una pequeña parcela de tierra, por ese motivo viven en “casas flotantes”.
Camboya es uno de los países más pobres del mundo, donde uno de cada tres habitantes vive con menos de 1 dólar al día.
En muchos casos su única fuente de comida es el lago, pero la sobre explotación ha hecho disminuir la población de peces. Los pescadores faenan con sus redes, pero lo que sacan del agua son peces de unos pocos centímetros.
Durante el gobierno de los Jemeres Rojos se cometieron enormes genocidios, acabando con la vida de una cuarta parte de los habitantes de Camboya. La recuperación económica sigue siendo todavía difícil, debido en gran medida a la corrupción que tiene lugar a distintos niveles.
![Pescadores recogiendo peces que han quedado atrapados en sus redes.](/content/images/2014/10/P1010480.JPG)
Incluso el agua aquí parece haber perdido su color original, un agua que se utiliza para cocinar.
Discutiendo con Bart llegamos a la conclusión de que la falta de comida ha hecho que las aves que habitaban en este lugar mueran o emigren a otras zonas, es por ese motivo que no pudimos ver casi ni un ejemplar durante las horas que pasamos allí.
Una sonrisa que no tiene fin
Fue durante una corta parada en un pequeño bar, cuando me crucé con mi amigo. Apareció de repente, sin avisar, como suele pasar con las mejores cosas en la vida. Era muy pequeño, pero sujetaba con fuerza un remo de madera que por lo menos era dos veces mayor que él.
Pese a su corta edad, el ritmo de la balsa que tripulaba era constante y su rumbo fijo hacia mi. Amarró la balsa en el embarcadero flotante y se acercó a mi.
En Camboya, al igual que ocurre en muchos otros países subdesarrollados, se pide a los viajeros que no den dinero a los niños de la calle. Puede parecer una medida desagradable, pero con el dinero que les damos hacemos que muchos de ellos prefieran seguir en la calle y decidan no asistir a la escuela, pues de esta forma ganan un dinero que no obtendrían si estuviesen estudiando. **Si queremos donar dinero debemos hacerlo en las escuelas, hospitales o organizaciones que se dedican a ayudar a las comunidades locales.**
No sabía qué hacer. No entendía nada de lo que me decía. Los propietarios del establecimiento me dijeron que era vietnamita por el idioma que usaba, pero no me supieron decir su nombre. Arranqué unas cuantas páginas de mi diario de viaje y se las entregué acompañadas de un bolígrafo y un lápiz. Se lo di mientras le señalaba la escuela flotante que estaba a unas cuantas decenas de metros.
Señaló una de mis pulseras, así que accedí a dársela.
**Fue entonces cuando me regaló una de las mejores sonrisas que he recibido nunca.**
![El verdadero protagonista de esta historia](/content/images/2014/10/P1010512.JPG)
Amabilidad, gratitud y bondad
Con estas palabras no quiero que te sientas triste o deprimido. Todos y cada uno de nosotros podemos ayudar por lo menos a una persona a sonreír por unos momentos. A veces tengo la sensación de que nos preocupamos y quejamos demasiado por pequeñas cosas y que por el contrario, menospreciamos algunas otras de muy buenas que nos vienen dadas sólo por el hecho de haber nacido aquí.
Quienes me conocen bien dicen que últimamente sonrío más que de costumbre. Esto no significa que no tenga problemas, sino que mi actitud es muy distinta.
Practico la amabilidad, la gratitud y la bondad tanto como puedo, unos valores que no siempre son fáciles de encontrar en nuestra sociedad.
¿Quieres compartir algún gesto de amabilidad, gratitud y bondad conmigo? Puedes hacerlo en los comentarios o por e-mail. **¡Te estaré muy agradecido!**